He tenido oportunidad de conocer datos de portales inmobiliarios sobre ofertas de viviendas en Europa, particularmente en España y en ciudades superpobladas como Barcelona, de 11 metros cuadrados; 12, en Madrid; 10, en Burgos. Mientras leía el anuncio comenzó a faltarme el aire. Es verdad que soy algo claustrofóbica. Por naturaleza y por crianza necesito de luz y de un espacio interior en el lugar que habito razonablemente amplio y exterior a nivel de lo que llamábamos patio. Digo un patio. No un parque, pero tampoco un balcón.
Comprendo que la población se reproduce, aumenta, y la tierra, no. Somos muchos más los invitados a la fiesta de la vida y la torta es la misma. Consecuencia: la tajada más mezquina. La concentración en las ciudades por razones lógicas es inevitable. Optimizar el espacio por disponibilidad y costos, se impone. Lo que se quita en espacio privado debería compensarse con más y mejores espacios públicos. Las viviendas compactas, las torres crecen durante la noche, como el pasto después de la lluvia en verano. Pero justamente, quién nos soluciona a los claustrofóbicos el tema de la luz, el aire, el diente de león en un trocito de tierra propia. Vienen a mi cabeza las imágenes y el diálogo inicial en la película “El hombre de al lado”, cuando se dispara el conflicto a causa de que el vecino quiere abrir una ventana en la medianera de la casa de Leonardo, y se justifica diciendo “solo quiero unos rayitos de sol” “un cachito de luz” de la que al vecino le sobra, porque por contraste este tal Leonardo, es un prestigioso diseñador que habita nada más ni nada menos que la única construcción en Latinoamérica de Le Corbusier (que es la casa Curuchet en la ciudad de La Plata).