Yo escucho. Mi amiga Ana siempre dice que ella es una persona sin suerte: su matrimonio fracasó, perdió el juicio de alimentos que le inició al ex para los hijos, nunca gana en la lotería ni en el Bingo; si le gusta un hombre está casado. Y le ocuparon un terrenito en las sierras que había comprado en cómodas cuotas en su juventud.
Sigue su lista de quejas: trabaja como una mula y le pagan poco… La última vez que la vi andaba con una bota de yeso “una vereda rota, podés creer?” Aquí no hay dudas: mala pata. Y el Intendente, claro.
Mi amiga Juana a la cual le comenté lo de Ana me dice su frase de cabecera: no hay casualidades, hay causalidades. Se divorció porque eligió mal, perdió el juicio (el de alimentos hasta ahora) porque el abogado es inepto y sin experiencia; no gana el bingo o la lotería porque no compra ni una rifa; perdió el terrenito por dejarse estar, otro pagó los impuestos y por eso de la usucapión ¿viste?. Y se calla. ¿Y lo de los hombres casados? digo. “A su edad qué quiere, un mocoso?” (dicho con eufemismos). Y decile, agrega, que agradezca su sueldo, hay mucha gente que ni trabajo tiene.
Vuelvo a mi amiga Ana y le transmito todo. . . “que se calle esa hueca, si a ella no le falta nada”. Ni le cuento que la pobre Juana no puede tener hijos y sufre mucho por eso. Abrumada me pregunto ¿existe la suerte? Es cierto que Ana es un desastre y los argumentos de Juana son convincentes. Ana no es jugadora,
el verdadero jugador es optimista, confía en sí mismo, sabe que “se le va a dar” , espera un golpe de suerte. Puede que no gane. Pero pide la revancha , insiste, vuelve, invoca a los dioses, al destino.
Y un día hace saltar la banca. ¿Tuvo suerte?