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22 mar 2015

PENSAR EN VOZ ALTA

“Qué gorda estás”, le dijo Elena. Ojalá te conviertas en vaca, pensó Lucía mientras contemplaba la silueta esbelta de su amiga.
Cuando Elena empezó a mugir, Lucía salió corriendo del bar dejando a la vaca frente a un capuchino. Al cruzar la calle, un taxi casi la atropella. “¡Tené más cuidado, abombada!”, escuchó que le gritaba. No pudo responderle pero levantó el brazo, y le mostró el índice y el meñique bien extendidos. El auto amarillo frenó de golpe. Lucía se alarmó. Sintió miedo cuando vio que el taxista se bajaba y avanzaba hacia ella con una tremenda cornamenta en la pelada. Apuró el paso, casi corrió hasta su auto. Cuando llegó ya era muy tarde, el agente estaba anotando la multa. Le rogó que no se la pusiera porque su marido la mataría; pero no hubo caso, la multa era irreversible. “Si usted fuera mujer, me entendería” dijo, finalmente. “Claro que te comprendo, mi marido me hace lo mismo; son todos unos machistas”- le contestó el agente que ahora sacaba un rouge de la cartera para pintarse los labios. Lucía se subió al auto, rumbo a su casa. Cuando llegó estacionó bajo la gran sombra del árbol del vecino, que le gritó: “¡Oiga, siempre lo mismo! Si quiere sombra plante un árbol”.

Tanto lío por este árbol de mierda,pensó, ojalá se te seque. En ese momento las hojas desaparecieron y el tronco se tiñó de un marrón sin vida. Se metió en su casa. Al entrar, su perra Pulki, feliz de verla, casi la tiró de espaldas. Lucía se desparramó en un sillón agobiada por todo lo que le había sucedido, cuando descubrió la mirada solícita de su cachorra, “A vos sólo te falta hablar” “¿Por qué?” - le contestó Pulki.
En ese momento llegó su marido. _ Jorge, por fin - y se le colgó del cuello y lo abrazó con desesperación. _Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan alterada? _ ¡Es que me pasa algo terrible! _ ¿Qué? _ ¡Todo lo que pienso se cumple! _ ¿Cómo que todo lo que pensás se cumple? _ ¡Sí! A la idiota de Elena la convertí en vaca, después transformé en mujer a un agente de tránsito, pero antes le había hecho la seña de cornudo a un taxista, y los cuernos le crecieron, y le sequé el árbol al vecino y ahora la Pulki habla. _ Mi amor, seguro que has tenido un día muy estresante. ¿Por qué no te tomás una pastillita y... _ ¡Qué pastillita ni pastillita, lo que te digo es cierto! _ Vení, acostate un rato, y ya se te va a pasar. _ Vos no me creés ¿no? El hombre no pudo contener la carcajada. _ Y no Lucy, me parece que estas más loca que nunca. _ ¡Por qué no te pegás un tiro! Lucía no reaccionó inmediatamente: estaba demasiado enojada. Pero, cuando escuchó que su marido hurgaba en el cajón de la mesa de luz, se sobresaltó. Miró a la perra que compartía su preocupación, pegó un salto y salió corriendo en busca de Jorge; la perra por detrás. Llegó en el preciso momento en que, con un revólver se apuntaba la sien derecha. _ ¡Pará! - alcanzó a gritarle. El hombre miró con horror la pistola que todavía lo seguía apuntando. La bajó lentamente, y la dejó sobre la mesa de luz. Casi sin moverse, clavó los ojos en su mujer, aterrado. Lucía estaba por decir algo, pero quedó muda ante la orden: _ ¡Vos callate! ¡No abrás la boca!, intervino Pulki. Después miró a su amo con ternura por no decir lástima, las orejas derrumbadas y la cola entre las patas. Le preguntó: _¿Ahora le creés, Jorge?

Cuento publicado por la revista RUMBOS

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